La gran escritora María Elena Walsh y la filósofa Esther Díaz nos regalan otro modo de mirar la niñez. La lucidez no se opone al arte, ni a la dulzura ni al amor por los niños y niñas. Diría que son su cimiento.
María Elena Walsh: Siempre me opuse a la absurda mitología de la infancia feliz. No creo que ningún chico sea ‘feliz’ tal como lo entendemos los adultos. El chico es un ser solitario que tiene una conciencia enorme de las carencias e impotencias.
Esa felicidad es un mito de la infancia que siempre es retrospectiva. Jamás en mi vida escuché a un chico decir ‘soy feliz’ y, si alguna vez lo escuchaste es un invento de un adulto.
Toda esa mitología de la edad de oro, de la pureza, la inocencia, de la incorruptibilidad de los niños me ha parecido un invento teñido por la mala fe del adulto que no se atreve a reconstruir en serio su propia infancia .
La única felicidad del niño radica en el juego.
Esther Díaz: Cuando se exalta la niñez-paraíso se enuncia desde afuera de la niñez. La infancia no se piensa a sí misma y ninguna reconstrucción puede repetir al original. Siempre lo que se repite es diferente.
El recuerdo de la propia primera edad es un simulacro de ese corte espacio temporal denominado niñez.
Quienes asocian felicidad con niñez, ¿no sufrieron miedos nocturnos?, ¿no temían perder a sus padres?, ¿no les paralizaba la oscuridad?, ¿no les inquietaba lo desconocido?, ¿no padecieron agresión entre pares o violencia, o burla, o abuso, o menosprecio, o hambre, o celos o envidia?
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