“Una vida tranquila y modesta brinda más felicidad que la búsqueda del éxito ligada a una ansiedad constante”.
Albert Einstein.
El botones tocó la puerta de la habitación del hotel, y un momento después la abrió el invitado más famoso de la ciudad de Tokio: Albert Einstein.
Él estaba en un recorrido por el mundo dando charlas sobre sus revolucionarios descubrimientos en Física.
Incluso si no comprendías su teoría de la relatividad,sabías que era uno de los hombres más inteligentes que haya existido.
Pero, en este momento, al mirar al botones que lo había ayudado, Einstein tenía un problema; No tenía dinero para darle una propina.
El enorme cerebro se puso en acción, e ideó un plan:
Tomó dos pedacitos de papel de su habitación y escribió dos “consejitos” para la felicidad.
“Guárdalos”, le dijo al botones; “Quizá valgan más que tus propinas comunes”.
Quizá te interese saber que el botones nunca vendió sus dos notas.
Quizá le interesaba más mostrárselas y presumirselas a sus amigos que hacerse de dinero.
Casi cien años después de que Einstein se hospedó en el Hotel Imperial de Tokio, un familiar del botones que había ya fallecido y había heredado sus pertenencias,puso las notas en una subasta.
Una de ellas tenía la cita que está al inicio de esta historia.
La casa de subastas pensó que serían afortunados de obtener ocho mil dólares por el viejo papelito.
Pero las subastas pronto sobrepasaron la marca,
¡y no pararon hasta llegar a más de un millón y medio de dólares!
Esa verdaderamente fue una gran propina para un botones.
Por supuesto, no había nada de especial en el papel ni en las palabras escritas en él.
El valor provenía de la persona que había escrito esas palabras.
Lo mismo sucede cuando Jesús toca tu vida.
Ahora quizá no te sientas demasiado inteligente, o fuerte, o popular; pero, cada vez que Jesús pronuncia una palabra amable por medio de ti o utiliza tus manos para ayudar a alguien, eso te convierte en alguien especial.
Es Jesús en ti lo que mantiene tu valor en alza.
”Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí”
(Juan 15:4).







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